domingo, 20 de abril de 2008

Neutralidad contra objetividad: sobre Salomón y la Guerra Civil

Uno de los relatos más famosos de la Biblia recoge una historia asociada al rey Salomón de Israel. Un día se presentaron ante el Rey dos mujeres peleando por la maternidad de un recién nacido acusándose mutuamente de querer robárselo. Ante la imposibilidad de aclarar nada a partir de dos testimonios contrarios, Salomón manda que corten al niño por la mitad y que den una parte a cada mujer. Una de ellas asiente ante la idea; la otra la rechaza y suplica que den su hijo a la rival antes que verlo muerto. Los sentimientos maternales acaban descubriendo a la verdadera madre y delatan a la mentirosa.

Hoy, en el lenguaje cotidiano, suele llamarse juicio salomónico a una decisión con que se soluciona desde un gran conflicto a una simple discusión de bar repartiendo a partes iguales la razón, las culpas o el beneficio en litigio. Se supone que es de sabios adoptar este tipo de decisiones. Esta interpretación, sin embargo, es una perversión del lenguaje porque aquel primer juicio salomónico no tuvo nada que ver con un reparto equitativo. Olvidamos que Salomón nunca partió al niño por la mitad (aquello era un truco para aclarar la verdad) y que su juicio, al final, repartió justicia y dio a cada cual lo suyo: el niño a la madre y a la farsante el castigo.

Toda esta retahíla viene a cuento acerca del uso de palabras como neutralidad, equidistancia o imparcialidad que en demasiadas ocasiones he visto relacionado con la investigación histórica sobre la Segunda Republica, la Guerra Civil y el franquismo. Sobre este tema existen controversias tan dispares y tan encendidas (echad un vistazo a las paginas de discusión en la Wikipedia sobre la Segunda Republica, la Guerra Civil o el franquismo) que para tratar de aclarar los punto de vista, las opiniones, la versiones, algunos reclaman historias e historiadores neutrales con opiniones imparciales.

La neutralidad, en si misma, no es un valor ni positivo ni negativo. Ante un enfrentamiento entre partes podemos declararnos neutrales o imparciales (como hicieron las potencias democráticas europeas ante la Guerra Civil) a pesar de que estemos de acuerdo o comprendamos más o menos los argumentos de alguna de ellas. La neutralidad se consigue muy fácilmente: tan sólo hay que situarse en el centro de dos o más argumentos y decir "tanto para éste, tanto para ese otro y tanto para aquel". O nada para ninguno. No es preciso enjuiciar lo que cada uno defiende, tan sólo dividirse.

Los análisis históricos neutrales equidistantes nos obligarían a declarar, por ejemplo, que Hitler fue un dictador pero no un megalómano sanguinario y racista, que las depuraciones y destierros de Stalin no fueron tan graves como se cuentan, o que los israelíes y los palestinos son culpables al cincuenta por ciento de todo lo que pasa en Oriente Medio. No se debe escribir una historia neutral de la Guerra Civil de la misma manera que no se debe escribir una historia neutral de nada (otra cosa es que se haga).

¿Es objetividad, entonces, lo que se reclama?

La objetividad es mucho más complicada que la neutralidad, que la imparcialidad o que la equidistancia. En primer lugar porque es un valor peligrosamente cercano a abstracciones tales como "justicia" y "verdad", siempre abiertas a interpretaciones y manipulaciones nada objetivas. En Historia, la objetividad no es un valor absoluto. Tan sólo existe como una idea de perfección a la que los historiadores tratan de aproximarse cumpliendo el deber de acceder a las fuentes históricas disponibles (los archivos) respetando el método científico.

Sin embargo, algunos pseudos-historiadores poseen un criterio inspirador mucho más elevado que la objetividad rigurosa: la búsqueda directa de la "verdad". Así, a secas. Debieran saber que esa verdad histórica que defienden sólo está al alcance de los iluminados sectarios y que la verdadera historia se nutre únicamente de teorías científicas en torno a hechos comprobables que pueden discutirse una y otra vez pero a la luz de nuevas investigaciones sobre más hechos comprobables. Un historiador no puede invocar la búsqueda de ninguna verdad definitiva como objetivo de sus investigaciones. Para eso ya tenemos la filosofía….

En realidad estos pseudos-historiadores buscan manipular la Historia como medio para defender la superioridad de sus propias ideas. El fin (defender su ideología) justifica los medios. Nunca investigarán aquellos episodios históricos cuyo conocimiento debiliten su ideología. Y si lo hicieran los justificarían mencionando (como suelen) el contexto histórico. Por contra, el verdadero historiador se dedica tan sólo a explicar hechos históricos, pero no a justificarlos: no es ese su trabajo.

Los terrenos más movedizos de la Historia comienzan en el momento en que el historiador deja de ser un notario de acontecimientos y comienza a juzgarlos a interpretarlos, como también es su deber, para explicar sus causas, sus consecuencias y sus significados. En el caso de la Guerra Civil, la complicada pero necesaria delimitación de responsabilidades históricas es el terreno abonado para que estos pseudo-historiadores siembren la discordia y la crispación social vinculando continuamente el presente y el pasado. Identificar a la izquierda revolucionaria y a la ultraderecha golpista de los años treinta con la derecha o la izquierda actuales es completamente absurdo. Y publicar libros sobre la España de los años treinta con el único objetivo de desligitimar una ideología política en 2008 no es Historia. Es propaganda.

Salomón habría sabido distinguir.

No hay comentarios:

Creative Commons License

Fuentes para la Historia de la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo by http://fuentesguerracivil.blogspot.com is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 2.5 España License.